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08 febrero 2018 - Blog

La ropa… nada más

Cada seis meses, con cada inicio de la fashion week de Madrid, la prensa y el público focalizan su interés en la moda, en lo que acontece sobre la plataforma en la que desfilan los y las modelos con las propuestas estéticas de los diseñadores y con la pretensión de crearnos deseo. Pero, ¿qué hay detrás de esas prendas? ¿Qué trabajo se esconde tras el glamour que transmiten esas mujeres y hombres perfectos, tras los aplausos entusiastas al final del show? Cuando se habla de desfiles, pocos se percatan del laborioso e intenso trabajo de diseño que hay detrás; cuando se enumeran los gastos que supone organizar la pasarela, se detallan cuidadosamente las aportaciones de patrocinadores privados y públicos, pero muy poco o nada se alude a lo que ha costado que esa prenda llegue hasta allí. Por eso, porque todos los eslabones de la cadena son necesarios, y porque el continente, la MBFWM, no tendría razón de ser sin el contenido, las colecciones de los creadores, me gustaría desde esta tribuna exponer lo que, en limitadas ocasiones, se pone sobre la mesa.

Si ropa, ya esté más o menos de moda, o sea de mayor o menor precio, tenemos que llevarla todos, los automóviles, de una u otra manera, también los usamos todos y, queramos o no, son omnipresentes en nuestra vida, tanto como las prendas que nos envuelven diariamente... Por eso me gusta especialmente el símil que he escuchado alguna vez utilizar al diseñador Modesto Lomba –director creativo de la firma Devota&Lomba-, comparando el coste del prototipo de un coche y el de un vestido. A este símil me gustaría ponerle cifras. La revista norteamericana Top Gear publicó hace un tiempo que Toyota había invertido mil millones de dólares en fabricar el primer Lexus. Es decir, mil millones de dólares antes incluso de sacar el primer modelo. ¿Y esa cifra astronómica, se preguntarán ustedes, en razón de qué se contabiliza? Pues muy fácil, esas cuentas salen de sumar los costes resultantes de todas las operaciones necesarias para llegar al prototipo final: desde que el equipo de diseño hace el primer boceto, hasta que el vehículo sale de la línea de producción, proceso en el que pueden pasar tres años y muchísimos millones de euros, y en el que se registran gastos de materiales, energía, salarios, etc, etc. Siendo conscientes de todo lo que implica, a nadie le asustará por tanto la cifra astronómica, y una vez el coche llegue al concesionario, el precio habrá descendido  indescriptiblemente… ¡menos mal!

Salvando las distancias, que son muchas, por supuesto, un look de pasarela tiene un coste para el diseñador que no es, ni de lejos, el que luego tendrá cuando llegue al consumidor final. ¿Y por qué? Pues por las mismas razones por las que el primer Lexus costó millones: porque hay que contabilizar los gastos que tiene mantener un equipo y un espacio de trabajo funcionando durante seis meses hasta llegar al prototipo de pasarela; porque no cuesta lo mismo comprar metros de tejido para hacer una sola prenda que cuando se adquieren en mayor volumen para hacer la producción; porque los talleres donde se cosen, cargan un precio mayor por modelo, ya que no hacen series sino piezas únicas para ser exhibidas en la pasarela, lo que aumenta el esfuerzo y, consecuentemente, el precio; porque se han invertido horas en buscar tejidos adecuados y viajado a ferias del ramo para conocer las novedades de materiales; porque muchos, incluso, dibujan y mandan hacer especialmente sus estampados; porque se han pasado horas buscando inspiración con la que pergeñar una idea nueva que, al mismo tiempo, tenga que ver con el histórico de la marca; porque se ha invertido mucho tiempo en elaborar los patrones, cortarlos, hacer las pruebas, seleccionar lo que finalmente se muestra y lo que no… ¿Se cansan ustedes ante tanta enumeración? Pues aún hay más.

Un desfile tiene mucho de espectáculo, ya que al fin y al cabo es una puesta en escena teatral que hay que pensar, diseñar y llevar a cabo. En algún periódico he leído estos días que el diseñador, en los desfiles de la MBFWM –hay que especificar que los que desfilan en el off o fuera de los enclaves oficiales corren con todos los gastos-, lo único que hace es asumir el coste de la elaboración de las piezas… Más allá de que asumir ese coste, como acabo de decir, es un ‘poquito’ más complejo de lo que parece, para hacer que en los breves 15 o 20 minutos que dura un desfile se cree una atmósfera que envuelva y potencie las creaciones, la música y el montaje son fundamentales. Cierto es que hay diseñadores que se decantan por una simplicidad minimalista acorde con su estética, pero son muchos los que ponen mucho dinero, esfuerzo e imaginación  en crear una escenografía acorde con el espíritu de la colección. Hay quienes encargan la creación de una música especial para su desfile o los que llevan una banda en directo, como hizo en numerosas ocasiones nuestro queridísimo David Delfín, o Montesinos, Juana Martín, Roberto Verino, Isabel Núñez, por citar sólo unos pocos; quienes le dan un vuelco total al rectángulo de la pasarela para transformarla en un circo o en una selva, como Jorge Vázquez, o quienes recrean una atmósfera del Hollywood de los años 20 como Andrés Sardá; quienes instalan esculturas tamaño XXL, como Ana Locking, o quienes, ‘simplemente’, se van al parque de atracciones, montan al público en una barca y colocan a los modelos entre sus fieras mecánicas, como Maria ke Fisherman.

Y todo este esfuerzo individual y colectivo, que se repite inexorablemente cada seis meses, en realidad, ¿para qué sirve? Pues de mucho, o debería… A pesar de que hay empresas de moda que no desfilan porque consideran que no es útil para sus estrategias de venta, las que invierten tanto tiempo, dinero y energía en hacerlo tienen sus razones para ello. Gracias a esos escasos minutos de fama, logran visibilidad y notoriedad ante un público muy amplio que es, a fin de cuentas, por lo que se hace todo esto. El contenido audiovisual que el desfile genera es, además, parte fundamental del material utilizado por la firma para mostrar su trabajo a potenciales compradores –ya sean mayoristas o cliente final- y para nutrir su web. Pero después del subidón de adrenalina que supone mostrar tu trabajo, del vértigo y la inseguridad que conlleva ser juzgado por tus creaciones, viene el vértigo aún más duro de enfrentarte al mercado, de lograr que generen deseo para que esas piezas, únicas hasta ese momento, se repliquen, y haya mujeres u hombres que las lleven a la calle y las incorporen a su vida. Sin este último eslabón de la cadena, todo el proceso carecería de sentido, porque eres tú, quien lee estas líneas, quien mira las prendas impresas en estas páginas, la razón de ser de esta vorágine periódica que son la moda y sus desfiles.

Artículo publicado en la revista Yo Dona (El Mundo) el 27 de enero de 2017

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